viernes, 24 de abril de 2009

Defender la democracia


ATENEO “DR. ARTURO ILLIA”
ATENEO DE LA JUVENTUD RADICAL “DR. OSVALDO ALVAREZ GUERRERO"
FRANJA MORADA REGIONAL SALTA


REFLEXIONES EN TORNO A LA DEMOCRACIA ARGENTINA
A 22 AÑOS DE LA SUBLEVACIÓN CARA PINTADA.
ABRIL DE 1987- ABRIL DE 2009


El 15 de abril de 1987 el ex mayor de Ejército Ernesto Barreiro se declaró en rebeldía frente a la citación de la Justicia Federal de Córdoba para comparecer en una causa sobre violación de los derechos humanos. En forma sucesiva, distintas unidades militares de distintas provincias comenzaron a pronunciarse solicitando el cese de los juicios al personal militar involucrado en las actividades de represión durante el Terrorismo de Estado.
Durante cuatro días el país asistió azorado al desplazamiento de Aldo Rico quien ocupó Campo de Mayo, mientras las tropas “leales” al gobierno, supuestamente realizaban maniobras de cerco a los sublevados. Si bien, la sociedad argentina y el sistema de partidos respondió en forma contundente movilizándose y cerrando filas junto al presidente Raúl Alfonsín, esta sublevación sofocada el domingo 19 de abril, volvió a repetirse en enero y diciembre de 1988, fortaleciendo por un lado el polo antidemocrático y fragmentando el apoyo popular al gobierno radical, quien en junio de 1987 había logrado la sanción en el Congreso de la Nación de la Ley de Obediencia Debida, situación que no pudo frenar los planteos carapintadas.
A 22 años de estos acontecimientos nos proponemos recuperar desde la historia y la memoria colectiva las interpretaciones de estos sucesos para intentar responder algunos interrogantes presentes en el desarrollo actual de la democracia argentina:
  • La sublevación “carapintada” ¿Afectó el curso de la democracia argentina?
  • ¿Qué papel jugaron las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida?
  • ¿Cómo vivieron los jóvenes este proceso y hoy como lo recuerdan, ellos y las nuevas generaciones?
  • La sociedad argentina ¿revaloriza la actitud del presidente Raúl Alfonsin a la luz de la situación política actual?

    Sin agotar las preguntas, intentamos que ellas constituyan un disparador para el debate, la reflexión y el conocimiento histórico de la Argentina Reciente.



    LA DEMOCRACIA EN EL DISCURSO DE PARQUE NORTE
    Raúl Alfonsín el 1º de diciembre de 1985

    “¿Cuáles son esos valores sobre los que aspiramos a construir las rutinas de una sociedad democrática?. Pensamos que una sociedad democrática se distingue por el papel definitorio que le otorga al pluralismo, entendido no sólo como un procedimiento para la toma de decisiones, sino también como su valor fundante. En estos términos, el pluralismo es la base sobre la que se erige la democracia y significa reconocimiento del otro, capacidad para aceptar las diversidades y discrepancias como condición para la existencia de una sociedad libre. La democracia rechaza un mundo de semejanzas y uniformidades que, en cambio, forma la trama íntima de los totalitarismos. Pero este rechazo de la uniformidad, de la unanimidad, de ninguna manera supone la exaltación del individualismo egoísta, de la incapacidad para la construcción de empresas colectivas. La democracia que concebimos sólo puede constituirse a partir de una ética de la solidaridad, capaz de vertebrar procesos de cooperación que concurran al bien común. Esta ética se basa en una idea de la justicia como equidad, como distribución de las ventajas y de los sacrificios, con arreglo al criterio de dar prioridad a los desfavorecidos aumentando relativamente su cuota de ventajas y procurando disminuir su cuota de sacrificios.
    Construir una sociedad democrática moderna y fundada en una ética de la equidad y la solidaridad requiere afrontar con decisión y solvencia los problemas que plantea la permanente tensión entre el orden y el cambio sociales. Una antigua concepción -generalmente asociada a las derechas tradicionales- tiende a juzgar al orden social como un valor absoluto y suficiente y a calificar al disenso, y sobre todo al conflicto, como eventualidades negativas e indeseables por principio. Otra concepción no menos añeja -vinculada a ciertas izquierdas- exalta en cambio las presuntas virtudes de la lucha y el antagonismo constantes, considerando como perniciosa toda estrategia que se preocupe por la construcción de un orden político estable.
    Superar esa falsa disyuntiva constituye uno de los principales desafíos de la democracia. Por cierto, un proyecto democrático que afirme resueltamente los valores de la modernización es por definición un proyecto de cambio social, económico, político, cultural. Y es sabido que los procesos de cambio, en sociedades complejas como la argentina, dan lugar -y es bueno que así sea- a discusiones, divergencias y conflictos respecto de las formas de implementación y de los mismos objetivos. Aquí es preciso rescatar nuevamente la idea de pluralismo, entendida, no sólo como uno de los valores fundantes de la democracia, sino también como mecanismo de funcionamiento político o, más precisamente como un procedimiento para la adopción de decisiones, que supone asumir como legítimos el disenso y el conflicto. La reivindicación del disenso, sin embargo, no nos debe llevar a una suerte de neoanarquismo ingenuo que rehabilite al conflicto permanente y descontrolado como una presunta virtud democrática. El ejercicio responsable de las divergencias y las oposiciones supone un consenso básico entre los actores sociales, esto es, la aceptación de un sistema de reglas de juego compartidas. El disenso democrático implica, pues, como condición de su ejercicio, un orden democrático.
    ¿Qué es un sujeto democrático? Simplemente, aquel que ha interiorizado, hecho suyos, los valores éticos y políticos antes expuestos -legitimidad del disenso, pluralismo como principio y como método, aceptación de las reglas básicas de la convivencia social, respeto de las diferencias, voluntad de participación. En un país con arraigadas tradiciones autoritarias, la emergencia de sujetos democráticos no va de suyo; es una tarea, una empresa. Desde el punto de vista de los individuos es, a su vez, un aprendizaje producto de experiencias, de ensayos y errores, de frustraciones y gratificaciones. Durante años, ha sido un aprendizaje solitario y desvalido. El Estado democrático debe contribuir decisivamente a consolidar y acelerar ese aprendizaje, y el discurso político ayudar a que las rutinas democráticas se conviertan en hábitos queridos y compartidos por la ciudadanía.

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